
Dicen que los ojos son el espejo del alma. Y si lo mirás con detenimiento, tal vez descubras que son también una especie de mapa.
Talento y pasión. Desde el tango hasta el cine, Tita Merello. Desafió su época y se convirtió en un ícono inmortal. Su historia es la de una mujer que nunca dejó de ser ella misma.
Notas de Autor13 de marzo de 2025
En la década del ’20, el tango y el cine argentino la vieron florecer, pero no sin resistencia. No tenía la belleza hegemónica que dictaban los cánones de la época, pero sí un carisma que traspasaba la pantalla y un temperamento que no aceptaba ser relegado a un segundo plano.
Se consagró como una de las actrices más emblemáticas del cine nacional en películas como La Fuga (1937) y Los Isleros (1951). Su voz inconfundible y su interpretación apasionada la convirtieron en una referente del tango, con interpretaciones que aún hoy resuenan, como Se dice de mí, donde mezclaba picardía, carácter y una autenticidad demoledora.
El desafío de ser mujer y artista
En una Argentina de estructuras rígidas y roles predeterminados, Tita no solo se hizo un lugar, sino que se impuso con su propia identidad. Nunca se dejó moldear por lo que se esperaba de una actriz de la época. Su personalidad era fuerte, directa, sin rodeos. Conquistó un público que la admiraba tanto por su talento como por su forma de plantarse en la vida.
Su historia también es la de una mujer que entendió el sacrificio de su profesión. Enfrentó críticas, prejuicios y soledades, pero nunca perdió su esencia. En su madurez, se convirtió en una referente de sabiduría popular, con frases que hasta hoy se recuerdan, llenas de ironía, amor y realidad. Era una voz del pueblo y, a la vez, una artista de excelencia.
Un legado que trasciende generaciones
Tita Merello no fue solo una artista; fue un símbolo de resistencia. En una industria que tendía a encasillar a las mujeres, ella escribió su propia historia, con letras firmes y sin pedir permiso. Hoy, su figura sigue viva en la memoria colectiva, no solo por su arte, sino por lo que representó: una mujer auténtica, apasionada y sin miedo a ser ella misma.
El cariño de la gente la convirtió en inmortal. Su imagen y su voz siguen resonando, porque lo genuino nunca pasa de moda. En tiempos donde la lucha por la igualdad y el reconocimiento sigue vigente, su historia sigue siendo un recordatorio de que ser vos mismo es, a veces, el mayor acto de valentía.
Tita y Favaloro: el final de una vida inmensa
El final de los mortales a veces resume sus vidas. Con Tita fue así. Eligió la soledad aún cuando estuvo rodeada. Su familia de sangre era ínfima, por eso había adoptado a lo largo de su vida a personas que la acompañaron y contuvieron: su secretaria María Rosa, el actor Osvaldo Pacheco, el encargado de su edificio en Rodríguez Peña, Mercedes y Enrique Carreras y, sobre todo, ese médico que le dio cobijo en su fundación.
Tita Merello pasó los últimos años de su vida hospedada en el nosocomio creado por René Favaloro, el eximio médico que terminó quitándose la vida. Con extrema generosidad, Favaloro le ofreció una suite en su clínica especializada en cardiología para que viviera con tranquilidad. Tita aceptó la invitación porque allí no solo estaba controlada su salud, ya frágil, sino que encontraba el apoyo emocional y el cariño que necesitaba.
Pero fue durante esos años cuando recibió dos golpes devastadores. En el 2000, con 96 años, no pudo entender el suicidio de René Favaloro, el hombre que se convirtió en su protector. Pocos meses después, sufrió la muerte de su único hermano, Pascual. Nunca se recuperó de esas pérdidas y sus últimos dos años los pasó inmersa en el ostracismo y en una inquebrantable fe religiosa.
Estampitas, rosarios y cruces la rodeaban. Alguien le llevaba agua bendita y en la eucaristía encontraba su consuelo. En ese misticismo de clausura, quizás buscaba un sosiego, un cierre, e incluso, un perdón por una vida libre y padecida.
En la clínica, las enfermeras no solo cumplían su rol médico, sino que también la acompañaban en sus días finales. Tita, poco visitada por el olvido del medio y por su propio deseo de soledad, se despidió del mundo sin escándalos ni homenajes. Como había vivido, sin concesiones y con una autenticidad irrepetible.
Filmografía destacada
Tita Merello dejó una huella imborrable en el cine argentino con interpretaciones que marcaron épocas. Algunas de sus películas más emblemáticas incluyen:
Tango (1933): El primer film sonoro argentino. Allí demuestra sus virtudes de musa arrabalera en la interpretación de los tangos Yo soy así p’al amor y No salgas de tu barrio.
Noches de Buenos Aires (1935): Se pone en la piel de una cantante enamorada, sin ilusiones, de un hombre que no la tiene en cuenta. Se luce en un tango recitado en la mesa de una boite.
Cenizas al viento (1942): Interpreta a una prostituta en la que Pedro López Lagar encuentra, brevemente, su reposo del guerrero.
Don Juan Tenorio (1948): Da vida a Brígida, una eterna segundona y dibuja su rol con detalles de gran actriz. Tita brinda una gran ternura en sus parlamentos.
Filomena Marturano (1950): El film agrega algunos datos retrospectivos de la vida de la protagonista. Interpreta los tangos Milongón porteño y Pipistrela. La historia gira en torno a una mujer que simula estar agonizante para que su amante se case con ella.
Arrabalera (1950): Un retrato de madre soltera que, por una vez, consigue alejar los fantasmas y consolidar la felicidad para los suyos. Tita demuestra su gran sinceridad para el drama.
Los Isleros (1951): El director encarna prototipos de viejos pobladores criollos: astutos, sabios, resignados. Merello consigue un retrato exacto de la isleña.
Vivir un instante (1951): Interpreta a Julia, una antigua víctima de la trata de blancas, dueña y señora de su negocio en la ribera, a la que el amor le llega tarde.
Pasó en mi barrio (1951): Melodrama costumbrista. Tita se pone en la piel de Dominga, una criolla, fiel y trabajadora, que mantiene la fonda de su marido mientras él cumple prisión por un crimen accidental. En este film se consagra como gran actriz trágica argentina.
Deshonra (1952): En esta película tiene un papel distinto, el de Isabel, una mujer de alta sociedad, paralítica por un accidente provocado por su marido, con características de neurótica e insegura.
Mercado de Abasto (1955): Una mezcla de sainete y melodrama en la que interpreta a Paulina, una humilde feriante que, engañada por un hombre vil, queda embarazada y se casa con un buen hombre al que no ama.
Para vestir santos (1955): Allí es Martina, fabriquera enamorada de un cantor, que la engaña y pierde sus ahorros en una carrera de caballos. Tita maneja el sarcasmo, la ternura y la agresión verbal y el dolor.
El amor nunca muere (1955): La historia gira en torno a la madre humilde con un hijo universitario que la oculta a su familia política, para terminar reconociendo su error.
La Morocha (1955, estrenada en 1958): Mecha es una profesional del sexo que vive un gran amor con un joven músico al que ayuda a costa de su sacrificio personal.
La Madre María (1974): Dirigida por Lucas Demare sobre su propio guion escrito en colaboración con Augusto Roa Bastos. Basada en la vida de María Salomé Loredo, figura famosa por sus sanaciones y la asistencia a los pobres.
Una industria que tendía a encasillar a las mujeres, ella escribió su propia historia, con letras firmes y sin pedir permiso. Hoy, su figura sigue viva en la memoria colectiva, no solo por su arte, sino por lo que representó: una mujer auténtica, apasionada y sin miedo a ser ella misma.
Aclaración:
El título de la serie SE VOS es un homenaje a Ricardo Iorio, a quien recordamos con mucho aprecio.
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