La manteca: la evitábamos por “pesada”, y hoy vuelve como una aliada

Durante años la manteca quedó relegada, acusada de ser “demasiado” para el día a día. Hoy, con evidencia, nuevas variantes y un consumo más consciente, vuelve a escena. En esta nota recorremos qué lugar puede ocupar realmente en la mesa y por qué existen formas más saludables de disfrutarla.

Gastronomía28 de noviembre de 2025VanelogaVaneloga

Entre mitos, miedos y nuevas versiones: repensar la manteca sin prejuicios.

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Hubo un tiempo en el que la manteca era casi un lujo cotidiano: un toque en el pan, un secreto en la cocina casera, una presencia silenciosa que daba sabor y textura. Después vinieron las advertencias, los miedos, los excesos que nadie quería asumir y aquella idea de que “mejor evitarla”.

Pero el mundo de la nutrición cambió. Cambiaron las grasas, los procesos, las alternativas, los hábitos. Y cambió algo más importante: la manera en que miramos lo que comemos. Hoy, la manteca no es ese enemigo que nos vendieron, pero tampoco un pase libre. Es un alimento que pide contexto, calidad y medida.

En esta nota vamos a recorrer qué lugar puede ocupar, qué opciones existen —incluida la manteca de aceite de oliva— y cómo volver a integrarla sin culpa y con inteligencia.

Un alimento noble que se volvió sospechoso

Durante décadas la manteca quedó en el centro de una discusión cargada de extremos. De un lado, los que la defendían como producto natural. Del otro, quienes la excluían por su contenido de grasas saturadas. En ese ruido quedaron afuera matices que hoy vuelven a aparecer: la calidad de la grasa, las porciones reales y la existencia de alternativas más saludables.

La manteca tradicional —la de leche— tiene su encanto culinario, su sabor inconfundible y su aporte energético. El problema nunca fue la manteca en sí, sino cómo se la consumía: en exceso, sin mirar cantidades, o como reemplazo de grasas más nobles que nunca deberían haber salido de escena, como el aceite de oliva.

La nueva era: mantecas más livianas y opciones vegetales

El mercado cambió. Aparecieron productos pensados para quienes quieren untar algo rico sin cargar la balanza nutricional. Una de esas alternativas es la manteca a base de aceite de oliva, que ofrece textura agradable, untabilidad suave y un perfil graso más saludable, con menos saturados y sin colesterol y vegan.

Esta variante casera o comercial tiene una ventaja clave: recupera la idea de la manteca como placer, pero con un soporte más amigable para el organismo. 

Manteca de aceite de oliva simple (solo AOVE)
La más saludable, rápida y natural.

Ingredientes
Aceite de oliva virgen extra (AOVE), el que más te guste.

Paso a paso
Elegí un recipiente pequeño.
Cuanto más chico, más rápido solidifica.
Verté el aceite de oliva hasta llenar el envase.

Llevá al freezer.
Entre 30 y 60 minutos según la temperatura del freezer.
Vas a ver que solidifica de afuera hacia adentro.
Retirá cuando esté firme.

No debe quedar roca pura: firme pero untable.
Guardá en heladera.
Si la pasás del freezer a la heladera 5 minutos antes de usar, queda perfecta.

Usala como manteca.
Untala en pan frío o tibio.
En pan muy caliente se derrite más rápido que la manteca de leche.

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Entre el hábito y la medida: volver a incorporarla sin culpas

Ningún alimento aislado define la salud de una persona. Lo que sí define es el hábito. Y ahí está la clave: usar manteca no es un problema cuando la medida es razonable y la calidad es buena. No es indispensable, pero tampoco es la villana.

La pregunta inevitable: entonces… ¿es buena?

la manteca es buena cuando se usa bien, se elige bien y se entiende su rol. No es un alimento “prohibido”, ni un alimento “milagroso”. Es parte de un escenario más amplio donde entran en juego la variedad, el balance y el criterio personal.

Y si además sumamos las nuevas preparaciones  y el abanico se expande: hoy se puede untar, cocinar y disfrutar con versiones más saludables que hace veinte años ni imaginábamos.


La familia de las mantecas tiene tres caras muy distintas: la manteca común de leche, intensa en sabor pero cargada de sólidos lácteos y grasas saturadas; la manteca clarificada, más limpia y liviana, sin lactosa ni caseína, con un punto de humo más alto que permite cocinar sin que se queme; y el ghee, su versión más profunda, dorada y aromática, donde la grasa pura alcanza su máxima estabilidad y digestibilidad.
Las tres comparten origen, pero no comportamiento: una es placer clásico, otra es técnica, y la última es una grasa noble que combina sabor, resistencia al calor y una suavidad que el cuerpo agradece.

Una vuelta a lo simple

Tal vez la gran lección sea esa: volver a mirarla sin prejuicios. La manteca no cambió. Cambió nuestra forma de entenderla. Y en ese cambio aparece una oportunidad: recuperar el disfrute, sostener la moderación y elegir con conciencia.

La manteca no es “mala” por sí misma, ni la común, ni la clarificada, ni el ghee. Lo que complica al sistema cardiovascular no es una “porción generosa” de manteca ronda entre 15 y 25 gramos  de manteca en sí, sino dos cosas:

La cantidad total de grasas saturadas del día.

Lo que acompañamos arriba o abajo de esa manteca. Porque sí: donde la untamos puede arruinar todo el intento saludable.

Una manteca buena —bien elegida, usada con criterio— suma sabor, textura y placer real. Pero si la untás “arriba de problemas”, se transforma en una mala combinación. Ejemplos claros:

Untada sobre pan ultraprocesado, galletas, facturas, medialunas → combinación explosiva para la glucosa y los triglicéridos.
En exceso, todos los días, sin balancear con aceites saludables → desbalance.
En preparaciones donde ya hay harinas, azúcares o frituras → carga innecesaria.

Ahora bien:

La manteca clarificada y el ghee son más digeribles, tienen mejor punto de humo y el cuerpo las procesa con menos estrés. La manteca de aceite de oliva directamente es excelente para el sistema cardiovascular porque parte de una grasa noble, rica en monoinsaturadas. Entonces la frase es así de simple:

La manteca no es el problema. El problema es el combo.

Acá estamos, investigando y reaprendiendo sin descanso, porque de eso se trata: cuidar el cuerpo con la mayor conciencia posible. Este vehículo físico es el templo del alma, y nuestra responsabilidad es llegar a la adultez —y a cada etapa que sigue— de la manera más óptima, vital y clara que podamos.

 

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