
Dicen que los ojos son el espejo del alma. Y si lo mirás con detenimiento, tal vez descubras que son también una especie de mapa.
Tomemos un momento para observar con claridad cuánto de nosotros mismos ponemos en cada situación. El tiempo, el ego y el cansancio.
Notas de Autor23 de abril de 2025Una mirada argentina sobre el tiempo, el ego y la verdadera importancia
Hubo un pensamiento que me acomodó todas las ideas, como si alguien me hubiese corrido el velo de los ojos. Fue esa toma de conciencia brutal pero liberadora: una vez que dejamos este plano, con suerte nos recordará una generación más… y después, nadie más va a saber que alguna vez caminamos por este lugar.
¿Duro? Puede ser. ¿Real? Sin dudas. Y al mismo tiempo, ese pensamiento me ubicó en tiempo y espacio, me reordenó las prioridades. Porque el paso por esta vida es corto, fugaz, y a veces gastamos nuestra energía en situaciones o cosas que son tan efímeras como una hoja al viento.
Desde ese momento, en cada tarea cotidiana me pregunto: ¿cuánta energía y valor merece esta situación a la que le estoy dedicando tanto? Porque muchas veces, sin darnos cuenta, entregamos lo mejor de nosotros en cuestiones que no tienen ningún peso real en nuestra existencia. ¿Y si esa energía, en lugar de disiparse, la usáramos para algo que nos haga crecer de verdad?
La importancia personal, eso que Carlos Castaneda describía tan bien, o lo que hoy llamaríamos simplemente el ego, es el gran ladrón de nuestra energía. Nos empuja a defender posturas, a quedarnos en discusiones sin sentido, a cargar mochilas ajenas. Es como si el ego siempre quisiera tener la última palabra, aunque esa palabra no sirva de nada. Castaneda lo planteaba con claridad en El Don del Águila: *"Debes borrar la importancia personal, lo cual significa que debes dejar de considerarte el centro del mundo, y al mismo tiempo evitar tratar de ser el centro del mundo para los demás."*
Y es ahí, justo en ese momento, cuando más necesitamos detenernos, mirar hacia adentro y recalcular. Hacer una pausa y preguntarnos: ¿cuánta de mi energía hace falta acá? ¿Cuánta de mi atención, de mi tiempo, vale esto que estoy sosteniendo?
A veces, la mejor decisión no es seguir empujando sino aflojar, dejar que las cosas fluyan sin poner el cuerpo entero en cada batalla. Cada vez que aflojás un poco, cada vez que soltás la necesidad de tener razón, ganás un poco más de paz.
Pero ¿cuánta de esa exigencia viene de afuera y cuánta es una construcción interna? ¿Y si empezamos a medir mejor a dónde va nuestra energía? ¿Y si nos animamos a ponerla solo donde realmente vale la pena?
El tiempo que tenemos es limitado. Si vamos a utilizarlo, que sea en cosas que nos eleven, que nos hagan mejores, que nos conecten con quienes somos de verdad.
Esa es la pregunta que me acompaña cada día: ¿cuánto de mí hace falta acá? Y cuando encuentro la respuesta, me aseguro de que cada paso, cada acción, cada palabra, valga la vida.
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