Humor que une

Del café de bar a las redes sociales. El argentino puede perder poder adquisitivo, pero nunca el sentido del humor.

Actualidad04 de febrero de 2025VanelogaVaneloga

Pasamos de la revista cómica al meme en WhatsApp

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Si bien pasamos un buen rato seleccionando memes y chistes para el artículo, asegurándonos de no ofender a nadie, también nos reímos bastante en el proceso. La búsqueda fue casi un experimento sociológico: explorar qué nos hace gracia, cómo ha evolucionado el humor y cómo la risa sigue siendo una forma universal de conectar con los demás. Más allá de la corrección política, el humor sigue siendo una herramienta poderosa para aligerar la vida y compartir un momento de alegría.


 El humor como identidad argentina

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Desde los chistes de café hasta los monólogos de Tato Bores o Les Luthiers, el humor siempre ha sido una herramienta para reflejar la realidad social, política y económica del país.


Características del humor argentino

A los argentinos nos encanta la autorreferencialidad en el humor porque forma parte de nuestra identidad cultural y de nuestra manera de enfrentar la realidad
. Nos reímos de nosotros mismos, de nuestras costumbres, de nuestras tragedias cotidianas y de los personajes que nos representan.

El humor autorreferencial es una forma de resistencia.

Nos permite tomar distancia de nuestros propios problemas y, en cierta manera, hacerlos más soportables. Es una manera de reafirmarnos, de decir "esto es lo que somos y nos reímos de ello". En una realidad muchas veces adversa, el humor se convierte en una herramienta para sobrevivir y, sobre todo, para compartir.


A comienzos del siglo XX, el humor argentino estaba fuertemente influenciado por los estereotipos sociales y regionales. En revistas como Caras y Caretas, se representaba al inmigrante de forma caricaturesca, destacando sus dificultades con el idioma o sus costumbres exageradas. También era común la burla hacia el compadrito, el gaucho o el político corrupto.

En el cine y la radio, figuras como Luis Sandrini o Pepe Arias se convirtieron en íconos del humor popular, con un tono costumbrista que apelaba a la picardía criolla y a las diferencias de clase. Se reían de los recién llegados, del interior del país o del porteño soberbio, siempre con una mirada externa y exagerada.


En las décadas de 1960 y 1970, con la consolidación de la televisión, el humor argentino se expandió con programas icónicos como Telecómicos o Operación Ja-Ja, donde figuras como Alberto Olmedo y Jorge Porcel llevaron el humor a un tono más desinhibido y pícaro. Aquí, la risa se construía en torno a la exageración de personajes arquetípicos, como el jefe explotador, la secretaria despistada o el chanta de barrio.

Sin embargo, este humor tenía una clara dirección: se reían del otro, con una sátira que no siempre incluía al espectador dentro del chiste. Se construían figuras ridículas para señalar costumbres y comportamientos, pero desde afuera.

Con la llegada de la democracia, el humor se volvió más irreverente y absurdo, con figuras como Tato Bores, quien transformó el humor político en un espacio de crítica ácida. Mientras tanto, Olmedo y Porcel evolucionaron hacia un estilo más descontracturado pero todavía centrado en lo grotesco y lo picaresco.

En los 90, el humor argentino adoptó un tono más irreverente con programas como Cha Cha Cha de Alfredo Casero o Todo por dos pesos, que jugaron con la parodia y lo absurdo para criticar la sociedad de consumo y la idiosincrasia nacional. En estos años, el humor empezó a incluir más elementos autorreferenciales, pero sin abandonar la sátira al otro.


Siglo XXI: la era de la autorreferencialidad total

El gran cambio llegó con las redes sociales y la explosión del meme como forma de humor. Ahora, el argentino no solo se ríe de los políticos o los personajes mediáticos, sino de sí mismo, de su país y de sus propios problemas. El humor se ha convertido en una forma de resistencia y catarsis, en la que nos incluimos en el chiste.

Ejemplos claros son los memes sobre la inflación, los aumentos del dólar, el transporte público y hasta la educación. Nos reímos de nuestras contradicciones, de nuestras costumbres exageradas y de nuestras frustraciones diarias. La diferencia clave con décadas anteriores es que ahora nos reímos con el otro, no del otro.

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