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Hoy las canas se discuten, miles de mujeres argentinas eligen cada día si ocultarlas o lucirlas. Pero, ¿qué hay realmente detrás de esa decisión? Historia, presiones, libertad, ciencia y mucho más
Notas de Autor16 de mayo de 2025En nuestra cultura, el pelo ha sido, históricamente, una extensión de nuestra identidad. Y la cana, muchas veces, un marcador social: de edad, de fatiga, de abandono. Pero también puede ser signo de sabiduría, de autenticidad, de libertad.
Los primeros interrogantes que surge es "¿Cómo me verán los demás?". El temor a parecer más vieja, perder atractivo o dejar de cumplir con el mandato del "sex appeal" puede volverse una carga emocional. La competencia femenina, la exigencia de juventud eterna y la necesidad de ser validada por la mirada del otro se entrecruzan con la madurez emocional de quien decide dejarse las canas. El cambio progresivo es difícil de sostener: requiere tiempo, paciencia y muchas veces, cortar el cabello corto para igualar tonos. No es menor el rol que tuvo el auge del movimiento vegano y natural, que impulsó a muchas mujeres a cuestionar los químicos en sus productos de belleza y elegir una versión más auténtica de sí mismas.
Biología pura: ¿cuándo aparecen las canas y por qué?
Desde el punto de vista biológico, las canas surgen cuando los melanocitos dejan de producir melanina, el pigmento que da color al cabello. Suele comenzar entre los 30 y 40 años, aunque el factor genético es clave. El estrés, las deficiencias vitamínicas y ciertas enfermedades pueden acelerar este proceso.
Un estudio publicado por el Journal of Investigative Dermatology indicó que la pérdida de melanina no sólo está vinculada con la edad, sino también con el envejecimiento celular prematuro inducido por el cortisol, la llamada "hormona del estrés".
Una historia de costumbre, color y rebeldía
En Argentina, la costumbre de teñirse tiene raíces fuertes desde mediados del siglo XX. En la década del '70, la llegada de productos más accesibles para uso domiciliario cambió la relación de las mujeres con el espejo. Teñirse dejó de ser un lujo de peluquería y pasó a ser un hábito mensual para muchas.
La industria acompañó: según datos de la Cámara Argentina de la Industria Cosmética, el segmento de coloración representa el 30% del consumo total en cosméticos capilares. Y el crecimiento de las opciones sin amoníaco, naturales o con ingredientes "gentiles", revela la preocupación por la salud y el medio ambiente.
La química del color
Las tinturas permanentes están formuladas a base de peróxido de hidrógeno y parafenilendiamina (PPD), que permiten abrir la cutícula capilar y modificar el pigmento natural. Algunas personas pueden desarrollar reacciones alérgicas o daño estructural con el uso frecuente.
En respuesta, muchas marcas han desarrollado líneas "sin amoníaco", basadas en aceites y pigmentos vegetales. También la henna y otras opciones naturales han ganado terreno entre quienes buscan una alternativa menos invasiva.
La peluquería como rito social y cuidado personal
La visita mensual a la peluquería es, para muchas mujeres, mucho más que un servicio. Es un espacio de charla, de contención, de ritual.
El gasto promedio en peluquería ronda los $50.000 por sesión en zonas urbanas, según un relevamiento de AgendaPro. Pero en muchas ciudades, sobre todo del interior, sigue habiendo salones accesibles que mantienen viva la tradición del servicio barrial.
Tintura en casa: libertad y desafío
Con la creciente oferta de kits domiciliarios, muchas mujeres optan por teñirse solas. Es más económico y permite elegir el momento, pero también requiere técnica y atención. El éxito de ventas de marcas como Koleston, Garnier y L'Oréal en supermercados y farmacias demuestra que la autogestión del color es una tendencia consolidada.
Canas visibles: de tabú a declaración de principios
Dejarlas crecer no es un descuido: es una decisión. Las redes también juegan su rol: hashtags como #SilverHair y #CanasPower celebran el cabello natural y empoderan a otras.
Para muchas, dejar de teñirse es un acto de liberación.
Canas o tintura no es una dicotomía estética, sino una pregunta abierta sobre quiénes somos y cómo elegimos mostrarnos. Es un espejo que, según cómo se lo mire, puede reflejar miedo, rutina, estilo, pero también valentía y transformación.
Lo más importante, es el proceso de entender y sincerarse con uno mismo. ¿Hasta dónde me afecta? ¿Desde cuándo puedo empezar a disfrutar esta elección? Porque eso no aplica solo al color del pelo: tomar decisiones es, en definitiva, un acto profundo de franqueza íntima. Es un camino que muchas veces incomoda, pero que cuando se transita con honestidad, se vuelve liberador.
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