Cuando el Ser teme al Otro Ser

Una reflexión argentina ante el abismo de las guerras del mundo.

Notas de Autor17 de junio de 2025VanelogaVaneloga

Hace apenas unas décadas, el argentino promedio se enteraba de los conflictos internacionales por la radio del auto o la contratapa de un diario. Lejanos, incomprensibles, ajenos. Las guerras de otros eran exactamente eso: de otros.

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Hoy, sin embargo, las guerras se miran por redes. Nos despiertan con notificaciones, se deslizan entre memes y recetas, aparecen en scrolls infinitos con cuerpos tapados por censura automática.Las imágenes nos atraviesan en tiempo real.
Bombardeos, masacres, desplazamientos humanos, líderes enfurecidos y multitudes obligadas a huir por razones que, muchas veces, no logramos ni empezar a comprender. Y hay algo  cierto en eso: la mayoría de nosotros no entendemos nada de geopolítica. No por ignorancia, sino porque hay algo en su lógica que nos resulta brutal, inhumano, ilegítimo.

Argentina,  vive estos conflictos con una mezcla de desconcierto y resignación. Los analizamos desde el precio del dólar, el comercio exterior, la migración o los combustibles.

Pero muy pocos se atreven a mirar el núcleo verdadero de la violencia global:  el miedo del ser humano hacia el otro ser humano.  Ese miedo ancestral, sordo, inscripto en la genética de nuestras civilizaciones, es el detonante silencioso que justifica la guerra antes de que la guerra empiece.

Es lo que hace que, generación tras generación, se perpetúe una narrativa donde el otro es peligro, es amenaza, es enemigo. Y cuando eso ocurre, todo lo demás —armamento, propaganda, destrucción— es apenas un efecto dominó.

 “Caín mató a su hermano Abel. Y así nació la política exterior.”
— Paráfrasis apócrifa, tan real como brutal.

 
¿Qué no estamos logrando desentramar?

Nos gusta pensar que el mundo progresa, pero si el progreso no viene acompañado de evolución emocional y espiritual, entonces no es más que tecnología aplicada a la destrucción.

Entonces, desde este rincón del sur, uno se pregunta:
¿qué es lo que no estamos logrando desentramar como especie? ¿Cómo puede ser que después de Hiroshima, Malvinas, Ruanda, Palestina, Ucrania, Yemen o el Congo —y cientos de etcéteras— aún no hayamos comprendido que matar al otro es matarnos a nosotros mismos?

Y es que el peor de los miedos no es a la muerte, sino a lo humano.  El miedo más corrosivo es el que nos tenemos unos a otros. Miedo a la traición emocional o material, miedo a la mentira, miedo a no ser aceptado,

miedo a que el otro te mate por lo que sos, por lo que pensás o por lo que representás.

Los argentinos, por historia, sabemos del dolor, de la pérdida, , de las heridas invisibles que deja la violencia institucionalizada. Y sin embargo, no hemos aprendido a ver en el conflicto ajeno un espejo de nuestras propias sombras.

Tal vez,  porque nunca nos sentimos parte real de ese "tablero internacional" donde deciden los de siempre. Pero es tiempo de cambiar eso. Y el primer paso no es leer más análisis militares ni estudiar tratados diplomáticos.

El primer paso es mirar al otro Ser y no temerle. No importa si ese otro habla en hebreo, en árabe, en ruso o en mapuche.
No importa si su bandera es distinta a la mía. Importa que es un humano. Que sangra igual. Que sueña igual. Que tiembla igual.

 “No hay temor en el amor; el perfecto amor echa fuera el temor.” — 1 Juan 4:18

 
Una revolución que no se mide en ejércitos El mundo no necesita otra cumbre de líderes ni otro tratado que se rompa al primer viento. Lo que necesita es una revolución interior. Una nueva diplomacia del alma, donde no se negocie poder sino humanidad.

Y eso, aunque suene ingenuo, es lo más pragmático que podemos hacer como especie: dejar de ver al otro como amenaza. Volver a mirarnos a los ojos. Volver a confiar. Aunque duela. Aunque cueste. Aunque nos hayamos traicionado mil veces.

Desde Argentina, con nuestras crisis cíclicas, nuestras cicatrices abiertas y nuestras esperanzas tercas,
podemos ofrecer al mundo algo invaluable: una forma de mirar más allá del conflicto.
Porque si hay algo que hemos aprendido, es que la paz verdadera no se firma… se construye desde adentro.

 
“El verdadero conflicto global no es por territorio. Es por miedo. Miedo al otro Ser. Y eso no se resuelve con ejércitos: se resuelve con evolución.”
 

Y hay algo más. Nadie puede escapar a su destino.
Y el de esta tierra —la Argentina profunda, silenciada, por momentos humillada, pero eternamente viva—
es ser refugio.

Refugio del alma, de los cuerpos, de las ideas, de lo nuevo.
Refugio de lo que todavía no fue dicho, pero ya está latiendo.
Porque Argentina siempre fue y será el refugio del mundo.
Y es acá, entre pampas, lengas, migraciones y lenguajes mezclados, donde se va a desarrollar la nueva humanidad.

Porque está escrito.
Porque esto ya pasó.

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