El calor que fabrican las ciudades: ¿qué pasa en La Plata, Buenos Aires y otras urbes del país?

Las ciudades argentinas arden: en La Plata midieron hasta 10 °C más que en el campo, y en Buenos Aires la brecha llega a 25 °C entre barrios. Menos verde, más cemento, más calor. El desafío es simple: sumar naturaleza para que el verano sea habitable.

Actualidad04 de septiembre de 2025VanelogaVaneloga

Entre el asfalto y los árboles: la diferencia de hasta 25 grados en la misma ciudad

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Cuando llega el verano, las ciudades argentinas se vuelven hornos. El cemento, el asfalto y los techos de chapa absorben el calor del sol y lo devuelven durante horas, mientras los árboles escasean y el aire se vuelve irrespirable. 

A este fenómeno, que ya es objeto de estudio científico, se lo conoce como isla de calor urbana.

La Universidad Nacional de La Plata (UNLP) acaba de confirmar que la capital bonaerense lo sufre con fuerza:
en ciertos puntos de la ciudad la diferencia con las zonas rurales llega a 10 grados centígrados.


Pero La Plata no es un caso aislado. Buenos Aires, Córdoba y Rosario también muestran cómo las ciudades argentinas se están calentando por decisiones urbanísticas que priorizan el cemento sobre el verde.

La geógrafa María Inés Botana, directora del proyecto en la UNLP, remarcó que “la disparidad de los microclimas urbanos depende de la configuración espacial y los materiales utilizados”, lo que demuestra que es un fenómeno ligado a la planificación territorial.
El estudio, basado en imágenes satelitales Landsat y el uso del NDVI, confirmó que en La Plata las áreas urbanas alcanzan temperaturas mucho más altas que las rurales.

La investigación muestra así cómo la cobertura vegetal es clave para regular el calor y cómo el diseño urbano condiciona el microclima local.


La Plata: la UNLP mide hasta 10 °C más en la ciudad que en el campo

El equipo dirigido por  Botana, de la UNLP, utilizó imágenes satelitales y comparó la temperatura superficial de diferentes zonas de La Plata. El contraste es contundente:

En barrios del norte de la ciudad (Gonnet, City Bell), donde predominan construcciones densas y escaso arbolado, se registraron las temperaturas más altas.

En el sur platense, con quintas, áreas hortícolas y mayor cobertura verde, las temperaturas fueron sensiblemente más bajas.

Los investigadores emplearon el Índice de Vegetación de Diferencia Normalizada (NDVI) para correlacionar vegetación y calor.

La diferencia llegó a 10 °C entre zonas urbanas y rurales, confirmando la existencia de una isla de calor urbana que afecta la vida cotidiana y plantea desafíos de planificación territorial. Botana advirtió que este fenómeno debe ser tenido en cuenta en las políticas de ordenamiento de la ciudad, ya que impacta directamente en la salud, el consumo energético y el ambiente.

 
Buenos Aires: una ciudad con temperaturas partidas en dos

En la Ciudad de Buenos Aires la situación es aún más extrema. Investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) detectaron que en pleno verano se registran diferencias de hasta 25 °C entre distintos barrios.

Un ejemplo concreto:

El 3 de febrero de 2020, en la zona norte de la ciudad, cerca de los Bosques de Palermo, la temperatura superficial era de apenas 19 °C gracias a la gran cobertura verde.

Al mismo tiempo, en barrios del sur como Villa Soldati y Lugano, con poca vegetación y abundancia de cemento, las temperaturas trepaban hasta los 42–45 °C.

El estudio mostró además que las zonas más pobres son las más calientes, porque cuentan con menos parques y árboles.
Esto convierte al calor urbano en un problema ambiental y social: quienes más sufren son también los que menos recursos tienen para adaptarse, con menor acceso a aires acondicionados o viviendas bien aisladas.

 
Córdoba y Rosario: veranos cada vez más duros

Aunque con menos investigaciones sistemáticas, otras ciudades del país confirman la misma tendencia.

En Córdoba capital, las diferencias entre el centro asfaltado y los barrios periféricos con más verde pueden superar los 7°C.

En Rosario, la expansión inmobiliaria sobre antiguas quintas también elevó las temperaturas urbanas. Sectores céntricos y densamente construidos registran valores mucho más altos que los alrededores con arbolado.

La lógica se repite: menos vegetación significa más calor. Y cada verano, estas ciudades se vuelven más difíciles de transitar.

 
Consecuencias del calor urbano

El fenómeno de isla de calor no es un dato técnico aislado: afecta la vida diaria de millones de personas.

Salud pública: incrementa los casos de golpes de calor, deshidratación y problemas respiratorios. Además, las altas temperaturas favorecen la proliferación de mosquitos.

Consumo energético: dispara el uso de aires acondicionados, lo que satura las redes eléctricas y provoca cortes de luz en jornadas de calor extremo.

Calidad ambiental: intensifica la contaminación del aire (smog, ozono troposférico), daña la vegetación urbana que aún sobrevive y disminuye la biodiversidad.

Desigualdad urbana: los barrios con menos verde suelen coincidir con sectores de menores ingresos, que carecen de recursos para soportar el calor extremo.
 
¿Qué hacer frente a las islas de calor?

La solución no es sencilla, pero los especialistas coinciden en varias medidas:

Incrementar el arbolado urbano y preservar espacios verdes.
Incorporar techos y terrazas verdes en edificios.
Usar materiales de construcción menos absorbentes de calor.
Planificar ciudades con criterios de equilibrio ambiental y no solo inmobiliarios.

La experiencia de La Plata y Buenos Aires muestra que donde hay árboles y parques, el calor baja. El cemento, en cambio, convierte a las ciudades en hornos.

 
Naturaleza e inteligencia ambiental

Es importante diferenciar: la isla de calor urbana es un efecto local, generado por la urbanización sin planificación adecuada. No se trata solo de culpar a “otros” o a causas globales. La responsabilidad también está en cómo diseñamos nuestras ciudades y qué lugar le damos a la naturaleza en medio del cemento.

Revertirlo no requiere tecnologías inalcanzables : hace falta más arbolado, más plazas, terrazas verdes, materiales que reflejen el sol y no lo acumulen, y sobre todo una inteligencia ambiental aplicada en la vida cotidiana y en las decisiones urbanas.

El cambio empieza en lo concreto: plantar un árbol en la vereda, conservar los espacios verdes que todavía quedan, pensar ciudades con sombra y vida. Porque si seguimos levantando cemento sin parar, el calor urbano se volverá insoportable. Y si elegimos devolverle lugar a la naturaleza, podremos construir urbes habitables que estén al servicio de la vida, y no en contra de ella.

Fuentes
Universidad Nacional de La Plata (UNLP), estudio sobre islas de calor en La Plata.
https://unlp.edu.ar/investiga/cienciaenaccion/la-ciudad-que-arde-en-silencio-fenomeno-de-isla-de-calor-en-la-plata-109972/
Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), análisis satelital en CABA (2020).
Publicaciones académicas y medios especializados en urbanismo y ambiente en Argentina.

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